Lo primero que hicimos al llegar a la ciudad fue comer unas
hamburguesas. Elegimos el primer bar cutre que encontramos y nos apostamos al
fondo de todo, y empezamos a debatir sobre los siguientes días. Cuando estaba
con mi amigo Pablo, siempre la pasábamos bien, no importa qué hiciéramos, todo
era risas, viajes, fotos, cerveza. Y el ciclo se repetía. Luego cruzamos la ciudad y llegamos al hostel
que habíamos reservado previamente. Mientras hacíamos el check-in escuché una
chica rubiecita hablando en portuñol con otra persona. Le daba consejos sobre dónde
ir, qué camino tomar, el día más adecuado para salir. No me miró, o eso creo
yo, yo tampoco la vi bien, pero escuchaba su voz y le vi su feo corte de pelo.
El chico que atendía la recepción interrumpió mis pensamientos y nos guió hasta
nuestro cuarto. Después de guardar las cosas, con Pablo tomamos nuestras cámaras
y fuimos a fotografiar la puesta de sol en la ciudad. Tuvimos unas agradables
fotos y una excelente noche entre bares, pizza y recorridos. Al otro día apenas
nos despertamos, entró la rubiecita al cuarto y comenzamos a charlar. Se
llamaba S y era brasilera. Hablamos de Ushuaia, y de la vez que tuvo unos
altercados con un camionero. No sé si había más gente en el cuarto, pero pronto
entre los tres estábamos compartiendo experiencias y consejos. A los pocos días
era la noche de Navidad. Tuvimos la cena en la terraza junto a todos los demás
viajeros. Prometieron asado, pero mas bien fueron verduras asadas. Pablo tuvo
la mala suerte de solo obtener una cebolla asada, yo me burlé de él mientras atacaba uno de los pocos huesitos de asado que como buena afortunada, había conseguido. Los demás alimentos de la parrilla volaron al poco
tiempo, pero sí había alcohol, y por demás. Nuestro preferido siempre fue el
tequila, y nuestra mejor idea era siempre aportar con la botella más exótica
que se pudiera conseguir en algún mercadito de barrio. Luego de las 00:00 brindamos
y ya estábamos todos un poco mas jocosos. Un grupo de chicos de buen bronceado trataban de ligar
unas chicas lindas, un chico grandote de rastas peló unos bongos y algunos otros
empezaron a entonar canciones, algunos daban vueltas hurgando si había restos
de comida, y otros no se alejaban de la sangría y se vertían el líquido en sus
vasos continuamente. El Chileno, un amigo que habíamos hecho, estaba feliz como
un niño. Me acomodé en un sillón con S y me perdí del resto de la fiesta. Los
sonidos se alejaron y quedé cautivada con ella el resto de la noche. Recuerdo
la sensación, pero no recuerdo la charla. ¿Te pasó?
Otra noche merodeando por los pasillos me encontré a S,
pelamos una botella de alcohol, creo que era whiskey, y la verdad creo que esa
botella había salido de debajo de la tierra. El alcohol es así de mágico, aparece
cuando tiene que aparecer. Y también desaparece, por acto de magia, no sabemos
cómo ni cuándo, y luego lo negamos. “Pero… ¿cuándo me tomé esa petaca de tequila?
¿Yo? Jamás”. Pablo dormía esa noche y con S nos fuimos a caminar por la city,
que esa noche estaba más negra que nunca, y sabía que pronto no la vería más a
ella.
No sé qué hacía S de día, nunca la veía, si bien yo me la pasaba
paseando de aquí para allá. A veces la veía por los pasillos hablando con otra
gente, venía, me saludaba, nos quedábamos charlando y luego se esfumaba de mi
vida.
Pronto S partió. No la pude ver, pero me mandó un mensaje de
despedida. Creo que fue mejor así. Por la tardé me quedé arrojada en la playa junto a Pablo. Abatida,
escuchaba los chistes de Pablo sin darle mucha importancia. Recordábamos a una
vieja amiga, pero no podía enfocar bien mis pensamientos. Prometí "recuperarme" y esa noche salimos de
parranda con Pablo y El chileno, con quien armábamos planes locos para cuando visitara
Buenos Aires. Me acuerdo de él y rememoro sus mejores trucos para comer gratis en todos lados. Un erudito de la supervivencia. Un poco rata también.
Después del viaje comenzamos una seguidilla de intercambio
de correos electrónicos con S. Nos mandábamos en promedio uno o dos mails mensualmente
y nos contábamos absolutamente todo, siempre acompañado de alguna recomendación
de alguna canción. Los mensajes duraron un par de años, no sé cómo, pero en
algún momento, murieron. No sé quién tomó la decisión de cortar el intercambio,
si ella o yo. Lo único que tengo de S es una foto con la cara pintada que le
hicimos mientras dormía, una simple bromita de Navidad. Y el recuerdo, siempre
el recuerdo.