Domingo alrededor de las 17 hr. Estaba fóbica en la calle
con la gente en general, me cruzaba de vereda si era necesario, y sentía que mi
ropa no era la más adecuada. Vuelvo a mi depto y me cambio. Elijo la bici para
hacer todo más llevadero. Apenas salgo al barrio nuevamente, miro en dirección
a la calle que cruza la vía del tren y me doy cuenta que no todo es normal. En
el asfalto se empiezan a dibujar ondas, y los autos están navegando sobre estas
olas plomizas. Decido tomar ese camino, y empiezo a pedalear. Me meto por
cuadras semi vacías, detrás del cementerio, detrás de las fábricas, por lugares
por donde nunca circulo. Por momentos, las calles se extienden y parecen no
tener fin. Siento que pasan horas, cuando en
realidad son minutos. Las veces que veo gente, evito mirarlos y trato de
cambiar de camino. Detrás del cementerio, viene en contra mío un colectivo muy
lentamente, presiento que los pasajeros se van a colgar de la ventana a verme
circular sola por ahí, tal cual si fuera una estrella de cine, o más bien Cuasimodo
que anda deambulando por estos pagos. Me detengo ante el portón de un galpón,
donde un cartel me llama la atención: “¿Querés jugar? Llamá al xxxx-xxxx (número
de teléfono)”. Sigo pedaleando, me pierdo, y siento que cada calle, cada lugar
me empieza a hacer recordar algún episodio ya vivido. Unas personas queridas, y
algunas que extraño, empiezan a desfilar por mis recuerdos que creía enterrados.
Mi cabeza se empieza a abrir de una manera impresionante. Están cavando
profundo en mi cerebro y yo lo permito. Me empiezo a conectar con la
simpleza de un barrio, de los ruidos normales de un típico domingo a la tarde.
Miro al cielo, y las nubes lanudas están engendrando figuras de todas las
formas. Si estuviera en el pasto, quizá lo disfrutaría más. Pero desde acá, desde
donde estaba, igual se veía hermoso. Habré estado algunos varios minutos
admirando esto. Ojalá estuviera en otro lugar más bonito… Quiero retomar el
camino por donde empecé, para volver a casa. Me acerco a una avenida y me
atrapa el pánico de querer mandarme por ahí. Me lleva alrededor de 10 minutos
el crearme un plan para entrar en este camino donde circula tanta gente, tantos
autos. Cuando lo logro, a pocas cuadras me topo con una plazita. Mi idea es
detenerme un rato. Y por segunda vez me
siento paranoica. Nadie lo oye, pero yo empiezo a escuchar una música demoníaca
que viene de la calesita. Ni siquiera había música (creo), eran los sonidos
propios de la calesita, que me empezaban a succionar la cabeza produciendo esta
música endiablada. ¡Es increíble que nadie la oiga! Miro un chico sentado en un
banco y veo cómo su cabeza adquiere formas inhumanas. Creo que todos me están
mirando… La situación me amedrentó. Tengo la necesidad de escaparme, pero a
esta altura ya estaba completamente atrapada en esta plaza, como en un callejón
sin salida. Tengo como los pies atados a los pedales de la bici, y la bici encadenada
a un poste. Cuando encuentro cómo irme, y antes de irme, miro por última vez la
plaza, y no parece real, se me figura que es una pintura. No es la misma plaza
que me cruzo a diario y nunca le doy bolilla. Arranco a toda velocidad, ya algo
desesperada por llegar a casa. Llego a casa y ya son las 20 hr. Entro como si
fuera que me persigue el diablo, y que al cerrar la puerta, dejo detrás de ella
todo el mal del mundo. Una ola de calor me inunda el cuerpo. Está todo en plena
oscuridad y la pc por suerte está prendida, tengo la urgente necesidad de
hablar con alguien a la distancia. Uso la computadora y el celular pero no los
puedo manipular bien. El celular se me escapa de las manos y el teclado de la
pc se aleja todo el tiempo. Garabateo algunas palabras a mis amigos y noto que no
es lo mejor que estoy haciendo. Quiero tranquilizarme, decido hacerlo, prendo
la luz azul de mi cuarto y pongo música. Las paredes respiran, y presiento que de
minuto a otro se van a derretir. Me acuesto en el piso, y por varias horas más
me zambullo en otra dimensión. La música explota dentro de mí, muere en mí, y
yo parezco nacer con cada melodía. No puedo creer que allá afuera haya otro
mundo, y yo acá, perdida en la jungla de mis pensamientos, creando un inverosímil
mundo paralelo, exudando imágenes e ideas delirantes de mi cabeza,
desprendiéndome de la realidad. Se cierne sobre mí una paz indescriptible. Hago
actividades como escribir en cuaderno, fumar, que me parecen exquisitas. Fumar
un simple cigarrillo nunca fue más rico. El humo jugando con la luz azul al
ritmo de los beats me parece alucinante. Juego con mis mascotas, y creo
fielmente, ahora sí, que pueden captar todo el vasto amor que les tengo. No hay
mejor lenguaje que el cuerpo. Y con él, podemos expresar todo el amor del
mundo.
Hubo un momento en que opté por el silencio. Apagué todo,
las luces también, y me acosté sobre la cama y presté atención. Soy parte de
las conversaciones ajenas, de las discusiones, del estrepitoso motor de los
autos, de la tele del vecino, de la respiración de mis gatas. El universo sigue adelante ineludiblemente, y yo
lo quiero detener por un instante. Quiero adueñarme del mundo, u olvidarme de
él.
Sin embargo, también, hay un momento en que el MUNDO entero se silencia. Y ese momento es mío.
Sin embargo, también, hay un momento en que el MUNDO entero se silencia. Y ese momento es mío.
Este tema es uno de los que más me cautivó bajo estos efectos siderales: