domingo, 25 de octubre de 2020

 

Lo primero que hicimos al llegar a la ciudad fue comer unas hamburguesas. Elegimos el primer bar cutre que encontramos y nos apostamos al fondo de todo, y empezamos a debatir sobre los siguientes días. Cuando estaba con mi amigo Pablo, siempre la pasábamos bien, no importa qué hiciéramos, todo era risas, viajes, fotos, cerveza. Y el ciclo se repetía. Luego cruzamos la ciudad y llegamos al hostel que habíamos reservado previamente. Mientras hacíamos el check-in escuché una chica rubiecita hablando en portuñol con otra persona. Le daba consejos sobre dónde ir, qué camino tomar, el día más adecuado para salir. No me miró, o eso creo yo, yo tampoco la vi bien, pero escuchaba su voz y le vi su feo corte de pelo. El chico que atendía la recepción interrumpió mis pensamientos y nos guió hasta nuestro cuarto. Después de guardar las cosas, con Pablo tomamos nuestras cámaras y fuimos a fotografiar la puesta de sol en la ciudad. Tuvimos unas agradables fotos y una excelente noche entre bares, pizza y recorridos. Al otro día apenas nos despertamos, entró la rubiecita al cuarto y comenzamos a charlar. Se llamaba S y era brasilera. Hablamos de Ushuaia, y de la vez que tuvo unos altercados con un camionero. No sé si había más gente en el cuarto, pero pronto entre los tres estábamos compartiendo experiencias y consejos. A los pocos días era la noche de Navidad. Tuvimos la cena en la terraza junto a todos los demás viajeros. Prometieron asado, pero mas bien fueron verduras asadas. Pablo tuvo la mala suerte de solo obtener una cebolla asada, yo me burlé de él mientras atacaba uno de los pocos huesitos de asado que como buena afortunada, había conseguido. Los demás alimentos de la parrilla volaron al poco tiempo, pero sí había alcohol, y por demás. Nuestro preferido siempre fue el tequila, y nuestra mejor idea era siempre aportar con la botella más exótica que se pudiera conseguir en algún mercadito de barrio. Luego de las 00:00 brindamos y ya estábamos todos un poco mas jocosos. Un grupo de chicos de buen bronceado trataban de ligar unas chicas lindas, un chico grandote de rastas peló unos bongos y algunos otros empezaron a entonar canciones, algunos daban vueltas hurgando si había restos de comida, y otros no se alejaban de la sangría y se vertían el líquido en sus vasos continuamente. El Chileno, un amigo que habíamos hecho, estaba feliz como un niño. Me acomodé en un sillón con S y me perdí del resto de la fiesta. Los sonidos se alejaron y quedé cautivada con ella el resto de la noche. Recuerdo la sensación, pero no recuerdo la charla. ¿Te pasó?

Otra noche merodeando por los pasillos me encontré a S, pelamos una botella de alcohol, creo que era whiskey, y la verdad creo que esa botella había salido de debajo de la tierra. El alcohol es así de mágico, aparece cuando tiene que aparecer. Y también desaparece, por acto de magia, no sabemos cómo ni cuándo, y luego lo negamos. “Pero… ¿cuándo me tomé esa petaca de tequila? ¿Yo? Jamás”. Pablo dormía esa noche y con S nos fuimos a caminar por la city, que esa noche estaba más negra que nunca, y sabía que pronto no la vería más a ella.

No sé qué hacía S de día, nunca la veía, si bien yo me la pasaba paseando de aquí para allá. A veces la veía por los pasillos hablando con otra gente, venía, me saludaba, nos quedábamos charlando y luego se esfumaba de mi vida.

Pronto S partió. No la pude ver, pero me mandó un mensaje de despedida. Creo que fue mejor así. Por la tardé me quedé arrojada en la playa junto a Pablo. Abatida, escuchaba los chistes de Pablo sin darle mucha importancia. Recordábamos a una vieja amiga, pero no podía enfocar bien mis pensamientos. Prometí "recuperarme" y esa noche salimos de parranda con Pablo y El chileno, con quien armábamos planes locos para cuando visitara Buenos Aires. Me acuerdo de él y rememoro sus mejores trucos para comer gratis en todos lados. Un erudito de la supervivencia. Un poco rata también. 

Después del viaje comenzamos una seguidilla de intercambio de correos electrónicos con S. Nos mandábamos en promedio uno o dos mails mensualmente y nos contábamos absolutamente todo, siempre acompañado de alguna recomendación de alguna canción. Los mensajes duraron un par de años, no sé cómo, pero en algún momento, murieron. No sé quién tomó la decisión de cortar el intercambio, si ella o yo. Lo único que tengo de S es una foto con la cara pintada que le hicimos mientras dormía, una simple bromita de Navidad. Y el recuerdo, siempre el recuerdo.  

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