miércoles, 5 de junio de 2019

Estoy caminando por la calle Arieta con mi amiga Andy, en San Justo. Es de noche. Nos dirigimos a la parada del 55, todo indica que nos vamos, una vez más, y como en memorables y viejas épocas a la fiesta Jolie. Seguramente es un día miércoles, y las calles se encuentran relativamente desiertas. En eso, Andy me indica que continúe caminando que ya me alcanza 'Vos seguí'. Supongo que irá a comprar algo al kiosco. Sigo caminando hasta la parada esperando que el colectivo no aparezca mientras tanto. De repente se empieza a acumular gente en la parada. No sé de dónde salían, pero cada vez aparecían más personas (cosa poco habitual a esa hora en ese lugar). Y los colectivos comienzan a llegar uno detrás de otro, y de otro (cosa menos frecuente aún). Nuestra experiencia nos decía que el tiempo estimado allí era de aproximadamente 30 minutos de espera, posiblemente más. Pero somos jóvenes, y la noche está hecha para nosotras, y no queda otra que despilfarrar el dinero en el circuito lgtb de Buenos Aires, y buscar un amor que nos sea correspondido por unas pocas horas (o minutos, sea la mayoría de casos). Era una una noche más. Cortábamos la ajetreada semana como quien corta el whisky con agua, o como quien corta una dolorosa distancia con una llamada telefónica. Volviendo al relato, veo que llega el bendito colectivo y entre el gentío comienzo a gritar '¡Andy, Andy!'. Quizá ya esté por allí y simplemente no logro verla. Ya inquieta, busco con la mirada en dirección al kiosco y no la ubico. Varias personas abordan el vehículo entonces quizá gane algunos segundos más. '¡Andy!', luego la veo cerca de la puerta del bondi, entre el tumulto, a metros de distancia de mí. Incluso me da la ligera sensación de que está más alta, como si estuviera sobre un cajoncito, resaltando entre el bulto. Me mira, me sonríe y me dice '¡Estoy acá, gay!', a lo que le hago un gesto para que subamos y vernos arriba. Luego es mi turno de subir, y ya una vez en el bondi, la busco nuevamente y no la encuentro. Mi corazón pega un salto y caigo en cuenta que había muerto. Lloro desconsolada mientras me siento y el colectivo se pone en marcha. 
Esta escena en mi cabeza no es casualidad. Tres años atrás ya nos habíamos despedido. De manera similar pero más brutal. Esta vez es para siempre. 

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