miércoles, 5 de junio de 2019

Juan rondaba los 55 años, pisando los 60 tal vez. Un tipo alto y jovial, macanudo y charlatán. Era un compañero de laburo en una oficina. El vivía en Haedo o Ituzaingó, o en alguna de esas localidades atravesadas por la vía del tren. Se tomaba el Sarmiento, bajaba en la estación Morón y caminaba unas 25 cuadras para llegar a la oficina. Todos los días era lo mismo. Juan caminaba algo desgarbado, sin maleta ni mochila, fumando y con la mirada cabizbaja. Su aspecto al caminar no encajaba mucho con su forma de relacionarse con los demás. En su imagen había algo contradictorio. Entonces yo pensaba si Juan era realmente la persona que mostraba ser, o cuáles eran los problemas que lo aquejaban. ¿Quizá este trabajo lo agobiaba? Curtía la onda de rock de los 60s y 70s pero te escuchaba todo tipo de música. Una vez me recomendó las cuatro estaciones de Vivalvi, si bien yo ya lo conocía, acepté su sugerencia. Otra vez le llevé una listita con canciones de variados estilos que le aconsejaba escuchar. La había confeccionado cuidadosamente la noche anterior. Es probable que hoy en día no eligiera las mismas canciones, pero tampoco recuerdo bien cuáles eran. Juan siempre era puntual para el ingreso al trabajo, y de hecho jamás se iba más temprano. Yo llegaba, y él estaba; yo me iba, y él quedaba. No recuerdo haberlo visto comer alguna vez a la hora del mediodía. Muy distinto de mí, que necesito las cuatro comidas del día y hasta agregaría algunas más. Pero para él, el mate no faltaba y estaba presente en cualquier momento de la jornada laboral. Tampoco los puchos, los cuales fumaba en el pasillo/balcón y desde allí le hacía chistes a los empleados que hacían trabajo externo. Desde mi oficina siempre se escuchaba su voz resonante cuando hablaba por teléfono con los clientes. De hecho su grave vozarrón resaltaba por sobre las voces de los demás empleados. En su juventud las había vivido todas, según sus propias palabras. Liberación sexual, tríos, cuartetos, ¿sado?, infidelidades, drogas de todos los colores, y vaya uno a saber qué más. De todo eso, estaba orgulloso. No sé si me contaba estas cosas a modo de sugerencia, o solo para rememorar sus mas gratos y pícaros recuerdos. Para la resaca me recomendó tomar whiskey con leche. Cierta mañana que llegaba a mi casa después de una movida noche, no tuve mejor idea que prepararme ese brebaje y lanzarlo todo después del primer sorbo. Juan tenía esposa con la que convivía, la bruja, y un hijo que giraba por el mundo a causa del laburo. Al hablar de la bruja, me podía imaginar una mujer voluminosa, chismosa y mandona. Al estilo Tremebunda, personaje de historieta. Pero capaz era una mujer menudita, de trato afable y que hacía yoga por las tardes. Su hijo trabajaba en algo relacionado con los torneos internacionales de fútbol y los sponsors. No sé bien cuál era su labor pero básicamente siempre estaba en la Copa Mundial, los juegos olímpicos y cosas por el estilo. Un trabajo soñado digamos. Viajaba y vivía con su novia, y hasta ese momento se encontraban en unas playas de Chipre. Tenían un bebé, al que Juan aún no lo había visto personalmente, sino solo por Internet,y con eso debía conformarse. Juan laburaba todo el día, y estaba juntando plata para pagarle un viaje a su mujer y viajara a Chipre a ver a su hijo y a su nieto. Un día dejé de trabajar en esa oficina y no supe más de Juan y su voz sonora. 
Cierta vez lo vi caminando por la calle. Él no me vio. No sé si seguirá en el mismo laburo. Con el pucho en la mano y casi arrastrando los pies, me figuro que irá pensando en Chipre, su hijo, la bruja, y el nieto que aún no había podido conocer. 

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